(Escritor invitado: Andrés Dulong)
Fue un arriero quien, al alba, vio a los invasores aproximarse a Tarapacá. Las tropas, desmoralizadas y fatigadas después del desastre de San Francisco, descansaban al fondo de la quebrada. Alertados por el arriero, los oficiales al mando de Cáceres y un afiebrado Bolognesi movilizaron a los suyos.
La quebrada tenía una altura de unos 300 metros. Desde el fondo, las tropas emergieron a paso de vencedores hacia la cima, sorprendiendo por completo al enemigo. Se infligieron 550 bajas, se capturaron ocho cañones Krupp —que debieron ser enterrados, pues no se contaba con bestias para trasladarlos— y también el estandarte enemigo, tomado por Mariano Santos Mateo.
Las fuentes indican que hacia el mediodía se dio una tregua para tomar agua, reanudándose el combate alrededor de las 3 pm y extendiéndose hasta las 5:30 pm.
Lamentablemente, al no contar con caballería, no fue posible perseguir al enemigo ni trasladar los cañones capturados. Fue una inyección moral que, sin embargo, no cambiaría el curso de la campaña.
Tras la batalla, tanto la tropa como el pueblo de Iquique y Tarapacá marcharon a Arica para no volver jamás a sus tierras.
Entre ellos estaban los abuelos de mi abuelo.
Viva el Perú.

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