Paola tenía una sonrisa delicada, casi infantil. También tenía la incorregible e infame costumbre de sacarse los mocos en público.
No era una falta de educación, sino de convicción. Ella lo hacía con la misma naturalidad con la que uno se rasca el codo, o endereza el cuello de la camisa. Un gesto íntimo, pero sin culpa.
Primero el meñique, luego el pulgar, y finalmente —cuando el hallazgo exigía técnica— entraban en escena los nudillos. Extraía de sus fosas con admirable destreza unas criaturas viscosas, aun con vida, y las despachaba bajo la mesa, sobre el pantalón, o en la espalda de algún colega desprevenido.
El martes pasado tuvimos reunión de Lead Generation. Yo llegué con las ideas en la cabeza. Una propuesta para cambiar esos Lead Magnets aburridos que nadie descargaba. Paola, en cambio, trajo diapositivas, cuadros de Excel, y una manicura rosa, que asomaba inquieta cerca de la nariz.
—Paola, por favor —dije, interrumpiendo su presentación—.
—¿Qué pasa?
—Por favor, no te saques los mocos en mi cara… es desagradable.
Y mientras se atrincheraba detrás de la laptop, escondiendo el dedo bajo la mesa, entró Santiago, nuestro CEO, envuelto en su aura de colaboración y entusiasmo fingido.
—¿Tenemos plan para los leads?
Paola se me adelantó.
—¿Tenemos plan, Tommy?
Yo la miré. Esa sonrisa dulce que aún delataba su pasado en un colegio de monjas. Mientras del nudillo, veía colgar el rastro viscoso de una criatura nasal recién exorcizada.
—Sí, Pao. Tienes luz verde.
Santiago asintió. Paola sonrió satisfecha. Me tendió la mano para sellar el pacto. Y yo, débil, humano, traicionado por las formas, la estreché.
Lo sentí en la segunda sacudida: tibio, gomoso, geográfico. Un moco sin nombre, aferrado a mi destino como una maldición corporativa.

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