Todos venimos de un barrio. Y todo barrio tiene a su huevón. En el mío, ese título le tocaba a Juan José. Sin competencia.

Cuando lo conocí, me preguntó tres veces cómo me llamaba. No porque se olvidara. Ese era su chongo.
Pasaron los años. Dejamos de hablar. La semana pasada me escribió por Instagram. El mensaje no llevaba contexto y olvidaba saludar.

— ¿Tu pata, el perro Zamudio, sigue vendiendo fierros?

Le pasé el número de un tombo al que alguna vez juré vengarme. Historia para otro cuento. Solo le dije:

“Escríbele. No digas quién eres. Mándale tu dirección. Dile que quieres un paquete. Pago en efectivo.”

Ayer Juan José me volvió a escribir. El mensaje estaba escrito en mayúsculas, no decía mucho y olvidaba saludar.

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